ojos negros

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jueves, 10 de julio de 2014

Contra el maquinal ruido

CONTRA EL MAQUINAL RUIDO

Toda sociedad monolítica (no sólo la totalitaria violenta, sino también la suave conformista) tiende a tener en un puño, “sin posibilidad de escapatoria”, a los individuos que la componen; a obligarlos a una condición de coexistencia, que los ate a ella de manera tan férrea que no se les ocurre romper o saltar esa atadura.
Y la sociedad produce esa condición también con ayuda del “sometimiento acústico”. Desde el momento en que un individuo está condenado a vivir en un mundo donde “tiene que escuchar” porque no resta ningún sitio silencioso, no le queda más remedio que pertenecer a ese mundo, obedecerlo o incluso convertirse en siervo del mismo. Si se le niega al hombre escapar de su accesibilidad y disponibilidad acústica, pronto se le negará también, es decir, pronto no será capaz tampoco de escapar de la accesibilidad y disponibilidad en general: la accesibilidad y la disponibilidad se convierten entonces en su segunda naturaleza. Y al final, incluso cultivará esa esclavización, de manera que se sentirá perdido si por casualidad no es disponible.
Que el medio acústico trabaje tan seguro; que se confirme de manera tan insigne como aparato de sometimiento no es sorprendente para nadie que tenga las ideas claras sobre las verdades filosóficas elementales acerca del escuchar, “pues la dimensión de lo acústico es la dimensión de la no-libertad”. En cuanto que escuchamos somos no-libres. Dejar de escuchar es más difícil que dejar de mirar. Y esta dificultad fundamental se basa en que no se nos ha concedido “párpados auditivos” o, dicho fenomenológicamente, en que a diferencia del mundo visible, el mundo auditivo se puede introducir en nosotros sin pedirlo, de manera indiscreta, impertinente, sin necesidad de nuestro expreso consentimiento intencional y, lo queramos o no, nos obliga a participar. No hay nadie que escuche que se encuentre únicamente allí donde está. Dado que el sonido se encuentra allí donde suena y, a la vez, donde es escuchado, obliga al que escucha a estar al mismo tiempo en dos sitios: a pesar de estar “aquí”, siempre está también “allí” y, de esa manera, lo convierte en dependiente y atado.
Así pues, dado que dejar de escuchar exige libertad, una capacidad de abstracción, una fuerza de “concentración negativa” y dado que solo los menos poseen esa fuerza, la mayoría de nosotros somos sometidos mediante el ruido y, a través del ruido continuado, se nos impide llegar alguna vez a ser nosotros mismos. Y con ello se consigue el ideal de desprivatización del conformismo.
ANDERS, GÜNTHER: La obsolescencia del hombre. (Vol. II). Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial , pags. 243-244.

Dante relata que el ruido era un invento del demonio y que algunos condenados al infierno eran sometidos a la tortura de un ruido sin fin como castigo de sus culpas.

  1. IMPORTANCIA DEL SONIDO Y LA MÚSICA EN LA LIBERTAD HUMANA.
Somos menos libres por la sugestión auditiva que por la visual. Si nuestra voluntad consiste en no ver algo, podemos cerrar instantáneamente los ojos mediante los párpados. Pero, dejar de oir o de escuchar es más dificultoso para la voluntad libre.
Neurológicamente, en la actualidad, los científicos confirman que el oído es el más cualificado de los estímulos sensoriales cerebrales. De éstos, el 20% corresponden a la vista, el 30% corresponden al gusto, olfato y tacto, el 50% corresponden al oído, que despierta e impulsa al cerebro, además de protegerlo contra el deterioro. El oído es el sentido más empático que cualquier otro y, por ejemplo, somos capaces de llorar con sólo oir una melodía. Tiene mayor poder asociativo o sugestivo que una imagen y reporta emociones más potentes que el gusto o el tacto. Es a través de los sentidos que el cerebro se nutre de información y cumple con su funcionamiento. Alfred Tomatis expuso que el oído proporciona al sistema nervioso casi el 90% de toda su energía sensorial. Tanto los sonidos como los movimientos generan energía y el oído actúa como dínamo transformando esta energía en impulsos neurales que envía al cerebro. Y dentro de los tipos de sonido, para nosotros, el músico, psicólogo y neurólogo Stephan Koelsch manifestó que nada influye tanto, tiene un impacto tan trascendental sobre el cerebro, como la música.
Lo que vemos u oímos, es una imagen visual o aural (auditiva), que depende de la habilidad de nuestro cerebro para procesar una cierta cantidad de información. El sonido es vibración y ésta es energía que se transmite en forma de ondas que llegan al oído y de él al cerebro. Pueden ser de diferente naturaleza: agradables, desagradables, excitantes, tranquilizadoras, etc. En definitiva,transmiten un mensaje que puede ser más o menos significativo dependiendo de diversos factores. La audición o acción de oir, podemos considerarla desde el enfoque psicofisiológico, como el resultado de una excitación producida por ondas sonoras sobre las terminaciones del nervio auditivo, que se transmite al centro auditivo del cerebro y da lugar a una sensación aural (o auditiva).
Así, el sonido es información, mensaje o sensación auditiva. Nuestra capacidad auditiva, sobre todo en su aspecto perceptivo, constituye un módulo cognitivo tal como se define este concepto en la psicología evolucionista. En el caso especial de la percepción musical, es un proceso psicológico en el que se integran las variables físicas del sonido con procesos como el aprendizaje, la memoria, la motivación y la emoción; todo esto enmarcado en un contexto estético y sociocultural determinado, que permite organizar el interpretar la información sensorial para darle significado. Por ser un proceso continuo, dicha percepción retroalimenta las experiencias previas del sujeto, cambiando sus motivaciones y emociones, y al cambiar el comportamiento tiene también repercusión sobre los estímulos sensoriales. En este sentido decía el filósofo Platón que si pudiera elegir la música que escuchaban e interpretaban los jóvenes, podría determinar la sociedad que producirían. La Antigua Grecia creía que la música educa.
Se ha definido la música como “el arte de pensar con sonidos”. Por ejemplo, la música de bandas militares produce un efecto especial en el ánimo y es porque los aires marciales están poderosamente y con intensidad unidos o relacionados con el elemento primitivo musical, el ritmo. La música militar tiene un poder unificador, ya que con su ritmo conduce el conjunto de voluntades hacia un fin. Por eso todo compás rítmico condiciona automáticamente la voluntad humana.
Así pues, la onda sonora es al mismo tiempo un medio de transmisión de un mensaje y el mensaje mismo, por eso, todo sonido adquiere un significado para el receptor, cuya interpretación subjetiva provoca una reacción y un estado emocional. La presencia del sonido contribuye al proceso mediante el cual los ambientes se convierten en lugares, imprimiéndoles una atmósfera particular generadora de múltiples y variados sentimientos y sensaciones. El sonido ambiental constituye una forma de lenguaje que habla e informa al sujeto acerca del medio en que es percibido, pudiendo ser interpretado mediante procesos cognitivos similares a los de la percepción de la palabra. Por eso, la ausencia total de ruido, el silencio absoluto, también provoca como el ruido alteraciones psicosomáticas y trastornos en el comportamiento, pudiendo llegar a hacerse irreversible. En este sentido, la alternativa humana al ruido o a la mala música no es el silencio, sino la buena música o el buen sonido.
Por otro lado, y para el sentido de este artículo, John Blackpy, en 1973, definió la música como “un producto del comportamiento de los grupos humanos, ya sea formal o informal: es sonido humanamente organizado”. Esta nota humanista y de orden sitúa a la música como diversa del ruido inhumano y del silencio embrutecedor, pues el ser humano es ordenadamente comunicativo como receptor o emisor.
También hay que advertir que la música nos influye en los planos fisiológico, psicológico-emocional y sociológico. Exactamente igual que los otros tipos de sonidos, naturales, ruidosos o el mismo silencio.
La música tiene efectos fisiológicos aparte de sugerir y/o potenciar sentimientos y emociones subjetivas. Algunos de estos efectos fisiológicos poseen componentes paralelos a los de las sustancias adictivas: desde el punto de vista conductual piénsese en la avidez con la que los adolescentes consumen música, consumo que no sólo tiene un efecto económico sino, sobre todo, en términos de dedicación, por no hablar de la enorme cantidad de recursos e inversiones individuales e institucionales dedicados a la música y a los músicos. Los efecos fisiológicos más conocidos del ritmo musical son una influencia sugestiva sobre el sistema respiratorio y circulatorio, o sea, que la sensibilidad auditiva determina una alteración fisiológica.
La música sentida como muy placentera (la que produce escalofríos) va acompañada de cambios psicofisiológicos (tasa cardíaca, respiración, electromiograma, etc), así como de la activación de estructuras cerebrales implicadas en el procesamiento cerebral del refuerzo, las mismas que responden a refuerzos naturales como comida, sexo o drogas de abuso. Es como si la música, al menos esta música, estimulara las vías cerebrales que al activarse señalan que se han desplegado conductas que promueven la aptitud biológica; de hecho, la naxolona, una antagonista de los opiáceos y opioides, reduce el nivel de satisfacción ante este tipo de música predilecta. La música reduce los niveles de testosterona en varones y los aumenta en mujeres, a la vez que reduce en ambos los niveles de cortisol, la hormona adrenal de respuesta al estrés. La música aumenta la liberación cerebral de oxitocina, una hormona asociada con el parto, el amamantamiento, el orgasmo y el vínculo de pareja. Como decía la sabiduría popular: “la música amansa a las fieras”.
Al oir música se correlacionan una serie de procesos físicos, fisiológicos y sociales que, al interactuar con nuestra experiencia y nuestro estado emocional, pueden evocar recuerdos pasados, transportarnos a un mundo imaginario, hacernos reflexionar, introducirnos en un estado de conciencia diferente o simplemente deleitarnos con el entrelazamiento de sonidos y silencio. Desde la psicología, el área de conocimiento humano dedicado a la percepción, que estudia cómo organizamos e interpretamos la información sensorial para darle significado, solo pensar una canción importante subjetivamente puede cambiar el propio humor. La percepción es un punto clave en la conformación de las experiencias psicológicas relacionadas con el aprendizaje, la emoción, las actitudes y la personalidad, ya que se ubica como un sistema de filtro e interpretación de la realidad, del cual depende toda una organización y clasificación de información de la que se nutren las experiencias psicológicas.
Por su parte, la semiología musical nos permite extender el nivel perceptual a un estudio del hecho musical en su totalidad, es decir, el estudio de su semiosis – proceso por medio del cual un individuo asimila, entiende, interpreta y utiliza un signo socialmente establecido o produce uno nuevo al interior de una comunidad musical -, nos proporciona una mirada para comprender las posibles correlaciones entre estructuras sonoras y conceptos específicos que postulan los individuos de determinada sociedad musical.
La música humana tiene varias funciones sociales: refuerzo de la conformidad a las normas sociales -las canciones de control social desempeñan un importante papel en un elevado número de culturas. Refuerzo de instituciones sociales y ritos religiosos – se reafirman las instituciones sociales mediante canciones que resaltan lo que es adecuado y lo que no. Contribución a la continuidad y estabilidad de una cultura – al ser vehículo de transmisión de la historia, de mitos y leyendas, ayuda a la continuidad, y al transmitir educación contribuye a la estabilidad. Contribución a la integración de la sociedad – al proporcionar un núcleo de solidaridad en torno a los miembros de la sociedad la música realiza una función integradora.
Con la era del Capitalismo industrial y la sociedad consumista de masas, la estandarización, sincreción y homogeneización de los diversos estilos del mercado de la cultura está caracterizado por un extremado fraccionamiento de la oferta y del público, pero lo que se refleja en realidad es un sistema sustancialmente unitario de valores y modelos culturales, cuyas diferencias reales no provienen de una diferencia de contenidos, sino que muestras destinos sociales diferentes, es decir, identifican un nivel y no un “valor” cultural autónomo. La destrucción realizada por la industria de los “mass media”, ha sido mucho mas amplia y completa desde el punto de vista de las tradiciones y de la cultura popular que desde la “cultura elevada”; - como demuestra claramente la progresiva especialización a la que el arte moderno parece irremediablemente destinado - , especialización que impide implícitamente a las masas la posibilidad de elaborar lo nuevo, de producir autónomamente valores culturales. Teniendo en cuenta tal proceso de expropiación cultural, es posible comprender mejor los mecanismos a través de los cuales se ha ido formando, en sus contenidos y lenguajes, la cultura de masas de la moderna sociedad industrial. Paradójicamente, esta cultura de masas no surge de modelos originados desde abajo, sino que, gracias a los grandes medios de comunicación, la misma se impone desde arriba e forma de mensajes formulados siguiendo el código de la clase hegemónica y en base a modelos elaborados en el ámbito “culto”. De este modo se ha creado la singular situación de una cultura y música de masas en cuyo entorno las clases bajas consumen modelos culturales burgueses, considerándolos, eso sí, expresión autónoma propia.
En la actualidad se detectan consecuencias de gran relevancia sociológica causadas por la difusión masiva de los productos de la industria musical. Entre ellas se encuentra la enorme extensión del área de recepción sonora. Las fuentes sonoras de nuestro medio ambiente acústico se están multiplicando, exponiendo a nuestros oídos a una constante acumulación de sonidos de todo tipo. Por otro lado, la concepción tradicional que considera la obra de arte como algo fijo con valores que permanecen inalterables va siendo sustituída por una perspectiva distinta en la que el producto musical adquiere significado en el momento de su comunicación.
Los productos de la música de masas son además de mercancías (cuya finalidad última es la rentabilidad), una respuesta industrializada a necesidades reales. Por encima del hecho musical específico se puede observar una carencia generalizada de valores sociales, una crisis de la cultura, la atrofia de los sistemas culturales en las sociedades occidentales, en los cuales ha adquirido una función extremadamente importante la aparición de movimientos sociales de nuevo cuño en el ámbito de los estratos juveniles. La presencia juvenil creciente es por un progresivo alargamiento del período de la adolescencia social, del incremento de la duración de la escolaridad. Y la adolescencia, producto del Capitalismo e inexistente en otras culturas, supone minoría de edad de la voluntad social.
Por tanto, y sociológicamente, la música en la sociedad de masas nos hace menos libres al aumentar el ruido no deseado, sin valores autónomos populares, mercantilizada como producto de consumo, minorizando nuestra voluntad en una eterna juventud irresponsable y líquida, sin historia ni pensamiento, un consumible olvidable, ni artístico ni constructor de una comunicación común.

  1. LA ERA DEL RUIDO CAPITALISTA URBANO.
Los habitantes de los países industrializados vivimos inmersos en un mundo lleno de ruidos. A diferencia de la visión, nuestro sistema auditivo está siempre abierto al mundo, lo que implica una recepción continua de estímulos y de informaciones sonoras de las que no podemos sustraernos. El progreso técnico, la proliferación de los medios de transporte, el hacinamiento, los hábitos culturales y el crecimiento urbano son, entre otros, algunos de los factores que han contribuido en gran medida a la degradación acústica del medio, y al deterioro de las relaciones de la persona y su entorno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que el 76% de la población que vive en los grandes centros urbanos sufre un impacto acústico muy superior al recomendable; y el ruido daña seriamente nuestra capacidad auditiva y ejerce una influencia negativa en nuestro organismo,propiciando graves trastornos. Produce daños psicológicos como irritación y un cansancio que provocan disfunciones en la vida cotidiana, tanto en el rendimiento laboral como en la relación con los demás. La lista de posibles consecuencias de la contaminación acústica es larga: individualmente provoca dolor de cabeza, problemas de estómago, alteración de la presión arterial y del ritmo cardíaco; vasoconstricción, depresión del sistema inmunológico y alteración de los niveles de segregación de endocrina; irritabilidad, cansancio, estrés y perturbaciones del sueño, que conducen a conductas agresivas, dificultades para la comunicación, problemas mentales y estados depresivos, disminución del rendimiento y de la concentración. El ruido no sólo produce perjuicios directos y acumulativos sobre la salud, sino que además tiene efectos socioculturales, estéticos y económicos: aislamiento social, pérdida de privacidad, desaparición de culturas sonoras, pérdida de señales sonoras alertantes, depreciación económica de la vivienda, etc. Con niveles de ruido altos, la tendencia natural de la gente hacia la ayuda mutua disminuye o desaparece, reapareciendo en el momento en que se suprime la presión sonora.
El ruido ha constituído un problema de preocupación social y política en todas las sociedades a lo largo de la historia. Pero ha sido a lo largo de los dos últimos siglos y, de manera espectacular, en los últimos decenios, cuando el ruido ha aumentado de forma exponencial, extendiéndose tanto en el tiempo (prácticamente a todas las horas), como en el espacio (casi en todos los lugares habitados). La sociedad técnica es ruidosa y vivimos en la Era del ruido.
Se puede definir el ruido como un sonido molesto, intempestivo y desagradable que puede producir efectos fisiológicos y psicológicos no deseados en las personas. La percepción del ruido y de la molestia que acarrea tienen un marcado carácter social, que se relaciona con los valores culturales predominantes en una sociedad, y con los valores propios de las subculturas que la integran (jóvenes). Hay hábitos, normas y valores sobre el ruido, diferenciados por grupos sociales (jóvenes-viejos, urbe-campo, automóvil-transporte público). En si misma, la noción de ruido es una construcción social, un concepto que implica una valoración social negativa sobre ciertos sonidos, de manera que incluso la música puede ser considerada socialmente un ruido.
Vivir en sociedades que producen cada vez más ruido va ser cada vez más caro, pues el ruido solo se puede paliar o moderar con fuertes inversiones de la sociedad. El coste económico del ruido se hace evidente en el precio de las viviendas construídas en ambientes de contaminación acústica, en los costes de insonorización de los edificios, o en los gastos en los tratamientos de enfermedades derivadas del ruido. No se trata de un problema técnico, sino más bien de carácter social, pues no hay proporción entre costes y reducción de los niveles de contaminación acústica.
El ruido es un sonido que atenta contra nuestra libertad y voluntad, al igual que el silencio absoluto. Pero la alternativa de nuestra necesidad comunicacional humana, y, por tanto, autónoma y querida, no se compone solo del lenguaje y los sonidos naturales o buenos, sino que también de la música. Sin embargo, no de todo tipo de música o sonidos llamados así.

  1. LA MÚSICA MANIPULADORA Y REFORZADORA DEL SISTEMA.

La música guarda una estrecha relación con el estado de ánimo de las personas, de ahí que todos los ejércitos y todos los grupos religiosos concedan en sus liturgias un papel preponderante a la música. La música potencia o induce un estado de ánimo análogo al de sus propiedades ( sin duda hay músicas alegres y músicas tristes), y tendemos a querer escuchar el tipo de música que más acorde está con el estado de ánimo que presentamos en un momento dado. Se ha comprobado que cuando se manipulan dos rasgos musicales, como son el modo (mayor o menor) y el ritmo, se provoca en los sujetos una variación en la percepción emocional a lo largo del continuo tristeza-felicidad. Históricamente, fueron los griegos los primeros en sistematizar el efecto de la música sobre la conducta humana. Decían que podía aliviar a los deprimidos y detener a los violentos. El filósofo Aristóteles consideró la música un arte de enorme importancia, sobre todo por su influencia en el dominio de las pasiones. Escuchar temas alegres produce un baño químico de neurotransmisores del placer en nuestro cerebro, que nos lleva a sentirnos contentos y a percibir la vida desde ese estado emocional. Un estudio realizado por el investigador Jacob Jolij Meurs Maaike, del Departamento de Psicología de la Universidad de Groningen, muestra que la música tiene un efecto sumamente importante en la percepción. El cerebro no sólo acumula expectativa sobre la base de la experiencia, sino que la misma también puede ser influenciada por el estado de ánimo provocado por la música.
Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción. Nuestras decisiones y acciones, dependen tanto (y a veces más) de nuestros sentimientos, como de nuestros pensamientos. Existe una relación connotativa entre la música y la experiencia emocional afectiva, definida por ciertas similitudes en la forma lógica. Patrik Nils Juslin, neurocientífico, ha identificado siete mecanismos psicológicos que explican la relación entre música y emoción:
  1. Reflejos del tronco encefálico: Las características acústicas dela música, son tomadas en primer lugar por el tallo cerebral, quien nos indica ese evento. Un acorde disonante hace que se dispare de esta manera la adrenalina y la emoción empiece a desarrollarse inducida por la música. Reflejamos el impacto inmediato de las sensaciones auditivas simples.
  2. Condicionamiento evaluativo: Mientras escuchamos la música, de repente esa melodía queda asociada con un estímulo positivo o negativo. La emoción del estímulo queda inducida y condicionada por la música.
  3. Contagio emocional: Escuchando la música, en sus notas, en su letra, en la melodía, etc, percibimos una emoción determinada: tristeza, alegría, etc. Mecanismos cerebrales inducirán a la inducción de esa emoción.
  4. Imágenes visuales: en el transcurso de la música, se emparejan imágenes que acompañan a la música (videos, paisajes, etc). Las emociones experimentadas entonces serán el resultado de la interacción que se de entre música e imágen.
  5. La memoria episódica: La música evoca de repente un recuerdo particular, un evento que ya vivimos. Esta emoción puede ser altamente intensa, debido a que el patrón de reacción psicofisiológica del evento original, está almacenado en la memoria, junto a los contenidos experienciales.
  6. La esperanza musical: La música sorprende la expectativa musical del oyente. Nos evoca una nueva emoción inesperada.
  7. Evaluación cognitiva: Cuando acaba la música la evaluamos cognitivamente como buena o mala. Lo que también evocará emociones determinadas. Esta sería la utilización práctica del poder emocional de la música. Una evaluación cognitiva sería, por ejemplo, que las nanas nos adormecen porque las melodías lentas y con cadencia descendente apaciguan.
Así, la música incide fundamentalmente sobre nuestra sensibilidad emotiva. En realidad, todo entra a nuestra vida psíquica a través del sentimiento, es analizado por el pensamiento, siendo la consecuencia última el acto de la voluntad que promueve, actúa o se abstiene. La música, al influir sobre nuestros sentimientos afecta nuestro querer y en menor grado nuestro pensamiento. Además, las emociones con las que se procesan los eventos funcionarían como un sistema de filtro, seleccionando los hechos que van a ser guardados en nuestra memoria de forma más duradera. La música emocionalmente activante mejora la memoria, y la música relajante puede deteriorarla.
Por otra parte, a diferencia del habla, la música actúa como un superestímulo. La música es un estímulo desencadenador innato y la respuesta que suscita es una conducta típica de especie. El autor Dorrel lega a afirmar que la música es en realidad un superestímulo en comparación con la musicalidad propia del habla (en concreto, la armonía es una propiedad básica de la música que no se produce en el habla, puesto que no cabe esperar que tratemos de escuchar a más de un hablante a la vez, lo que sí se supone que ocurre cuando varias personas cantan juntas); por su parte, el ritmo musical es también un superestímulo en relación con la aparente falta de ritmo del lenguaje hablado. Como ocurre con el lenguaje verbal, existen estructuras cerebrales directa y específicamente implicadas en el procesamiento de la música y en la propia respuesta emocional. Por otra parte, la música puede ser un estímulo que enriquece los procesos sensoriales, cognitivos (como el pensamiento, el lenguaje, el aprendizaje y la memoria) y motores, además de fomentar la creatividad y la disposición al cambio. Abundando, el hombre, organiza los estímulos que le informan sobre el medio y crea nuevos diseños para emplear estos estímulos, derivándose de estos su sentido estético. Al desarrollarse modos de enriquecer su relación con los sentidos, el papel de la música es enriquecedor. Finalmente, cuando escuchamos música tenemos en cuenta factores como la complejidad, la familiaridad y la novedad del estímulo. El grado de familiaridad de la música escuchada determina que la experiencia musical sea placentera o displacentera. El valor hedónico es bajo cuando la música es totalmente nueva para el oyente, aumenta con el incremento de la familiaridad y vuelve a decrecer cuando la música escuchada es totalmente conocida.
Supuesto lo anterior, es conocido que la música es empleada en el capitalismo industrial como reforzante del consumidor masivo. La información que transmite la música es emocional y ese carácter da fuerza a los mensajes canalizados por ella y su facilidad para grabarse en la memoria. La música multiplica la capacidad emocional de la imagen: la simple presentacion de imagenes visuales de contenido emocional sólo es capaz de evocar respuestas emocionales de carácter cognoscitivo, sin embargo, cuando se presentan simultáneamente con estímulos musicales congruentes, provocan fuertes sentimientos y emociones en el espectador de forma automática. Por otro lado, la estructura profunda, tema o esencia de una pieza musical se recuerda más porque le da coherencia y sentido de unidad. Este potencial poder mnemónico de la música es un aspecto que la diferencia y hace preferible al lenguaje a la hora de educar, manipular o influir positiva o negativamente. Por tanto, la música ayuda a la publicidad o propaganda como herramienta de memorización. La música revierte sus propiedades a los anuncios publicitarios, y por ende, en el objeto de consumo. Por eso la música asociada a un discurso permite inducir emociones en los oyentes, creando una sinergia potente y haciendo que consiga ese aspecto persuasivo que un discurso carente de ella no lograría. Aun así, para conseguir un mejor efecto persuasivo, siempre será mejor adecuar dicha música al contenido que se pretende transmitir y/o a la audiencia que se pretende persuadir. En la publicidad, Manuel Palencia, afirma que “sin duda la música es el componente más destacado de la banda sonora del anuncio pero no puede llegar a entenderse sin la combinación estratégica de todo el resto de componentes”. El objetivo de la música en publicidad es persuadir, conseguir que el público al que se dirige una banda sonora o canción entienda el mensaje, y sin tener que comunicarlo directamente ejecute la acción que se desea, y es que la persuasión consiste en la utilización deliberada de la comunicación para cambiar, formar o reforzar las actitudes de las personas, siendo estas últimas representaciones mentales que resumen lo que opinamos de las cosas, personas, grupos, acciones o ideas.
Otro punto importante contemporáneo es que la costumbre de escuchar música en actitud pasiva es una tradición reciente surgida en el mundo occidental. En otras culturas no se entiende la música sin movimiento. La música es una experiencia multisensorial, ya que no sólo implica el sentido del oído, sino también el de nuestro propio movimiento (propiocepción) y el del equilibrio (sistema vestibular). Esta característica cultural occidental pasiva indica una capacidad de no sentirla plenamente ni naturalmente humana sino su carácter industrial, involuntaria y no libre.
Definitoriamente,la música solo es coercitiva o manipuladora cuando se constituye en una forma de influencia que busca el control sobre otras personas y puede darse en diferentes grados en las relaciones interpersonales y sociales. Se puede dar en diferentes entornos: privados y públicos, familiares, laborales, educativos, institucionales, mediáticos, religiosos y políticos. La coerción y la manipulación son dos formas de influencia que ponen énfasis en la respuesta deseada. No se tienen en cuenta los intereses de los individuos a los que van dirigidas; en ellas, el fin que se persigue justifica los medios utilizados. La coerción utiliza medios de presión, fuerza y dominación para limitar y modelar las posibles respuestas; estos medios pueden ser más o menos sutiles o explícitos. La manipulación añade un componente de engaño, de ocultación, de distracción de los verdaderos objetivos que persigue el manipulador. Intenta conseguir que el manipulado colabore de buen grado y llegue a creer que está siendo beneficiado. Se falsean para ello, en diferentes medidas, apariencias, circunstancias, hechos, información y resultados. Se afecta la voluntad, la afectividad y decisión autónoma del individuo. Se manipula en las emociones independientemente de la inteligencia. Con la música se puede movilizar a las personas como se quiera: hacerlos bailar, desfilar (que es para lo que sirve expresamente la música militar) sin pedirlas permiso para ponerlas en marcha. El manipulador musical se dirige directamente a sus laberintos y a su médula espinal. Los tambores primitivos son “hechizantes” y una persona en estado de trance, se encuentra totalmente a merced del otro. Se ha manipulado su cuerpo, impidiéndole reaccionar. En el fondo, la música manipulativa transforma a las personas mediante el sonido: las puede dinamizar.

  1. ORIGEN Y CONDICIONAMIENTO MUSICAL INNATO.

Existen determinados sonidos que agradan especialmente al niño y que ejercen un efecto más o menos sedante en su respuesta. Tales efectos es probable que tengan su origen en la percepción auditiva intrauterina, ya que el oído es uno de los sentidos más tempranamente desarrollados en el feto humano, y ésto hace posible que posea memoria auditiva; percibe sonoridades que se producen tanto dentro del organismo de la madre (respiración, flujo sanguíneo, latido cardíaco, etc), como las que provienen del exterior (ruidos,música, etc). Experimentos con sonidos universales tales como el de lmar, viento, ríos, pájaros, etc, así como de ruidos domésticos y determinados estilos de música, han obtenido resultados muy positivos en las reacciones de los niños, calmando su llanto o malestar. De hecho, se ha comprobado que el estímulo auditivo o vibratorio provoca diferentes respuestas en el niño, con lo que se puede hablar de condicionamiento musical. Un sonido, una voz, una melodía, etc, nos hacen reaccionar ya desde el vientre materno. Con mayor poder que el gusto, que el tacto, incluso que la vista, el oído es el primer sentido que nos conecta con el exterior aún sin haber nacido y el que tiene más fuerza a la hora de generarnos emociones. Otra prueba del condicionamiento musical es que tarareamos y silbamos canciones que nos vienen a la mente, a veces incluso, sin que sean de nuestro agrado, porque en nuestro cerebro actúa un mecanismo neuronal llamado “reflejo emocional condicionado”. Esto es: la hemos escuchado en una situación agradable y al tararearla tenemos como objetivo: volver a sentir la misma emoción agradable (“condicionamiento evaluativo”).
Visto este origen o génesis de la capacidad musical, ésta, más que un producto de la cultura, parece una capacidad innata universal que es modulada de acuerdo a la experiencia específica. Estudios sobre la preferencia por patrones sonoros asociados a oradores, han mostrado que los niños de 2 a 6 meses de edad muestran preferencia por las personas que emiten secuencias de intervalos consonantes, dirigiéndose hacia ellos y a menudo sonriéndoles; mientras que ante los que emiten secuencias de intervalos disonantes se muestran molestos y a menudo lloran. Otra prueba del carácter innato de la música es que la expresión de alegría, tristeza y miedo por la música tiene un carácter universal.
Por tanto, hay que concluir que la música siempre estará presente en las sociedades humanas como parte integrante de la condición humana con lo que aquéllas han de buscar su convención novedosa autónoma para fines sociales positivos como parte de su libertad.

  1. LA MÚSICA COMO ADAPTACIÓN CULTURAL Y GREGARIA, COMO COMUNICACIÓN Y COMO ARMONIZACIÓN.
En el presente artículo se acoge el planteamiento contrario al de Pinker de 1997, quien asegura que la música es una exaptación, un rasgo que no tiene ningún valor adaptativo y que simplemente existe como una manifestación conductual que acompaña a otra u otras que si tienen valor biológico. A lo largo de la historia la música ha sido un medio de expresión y de comunicación no verbal y, debido a sus efectos emocionales y motivacionales, se ha utilizado como un instrumento de manipulación y control del comportamiento de grupos e individuos. Podemos pensar en las marchas militares, en la música del supermercado, oficina o discoteca, los himnos nacionales, etc. También posee una función facilitadora en el establecimiento y la permanencia de las relaciones humanas, así como en la adaptación social del individuo a su medio. Pero, la música también ha tenido importantes funciones libertarias, revolucionarias, subversivas y de protesta o dignidad social. También la historia es la lucha entre el poder y la libertad. Las antiguas civilizaciones estaban sometidas al control de gobernantes que conocían el poder de la música. Se han ganado batallas y comenzado revoluciones gracias a la inspiración de la música. Aristóteles sostuvo que la música estimulaba la voluntad, acercando a los hombres a la guerra o a la paz, al placer o a la tortura, a la dulzura o a la ira. Los griegos categorizaron la música en dos tipos: la de efecto calmante y meditativo, y otra excitante y entusiasta.
Otra característica comprobada y social de la música es que impulsa el gregarismo. La música parece fomentar el impulso natural a formar grupos. Ya los griegos fueron capaces de clasificar la música según el tipo de emoción compartida en la que podía tener una función cohesiva especial: La “música Frigia” era marcial y se utilizaba para promover la agresividad necesaria para la batalla, mezcla de miedo y rabia, con el sonido de las trompetas; la “música Lidia” era solemne, lenta, contemplativa, siendo la flauta el instrumento preferido (genera un estado de relajación asociado a la liberación de serotonina); finalmente, la “música Jonia” era la que se tocaba en fiestas y banquetes, acompañada de tambores (el baile y la danza eran sus complementos naturales). Esta última era la música para el puro placer, el que en la naturaleza va acompañado por liberación cerebral de dopamina y endorfinas. La música potencia o induce un determinado estado de ánimo y esta propiedad la convierten en un elemento de sintonía y sincronización que pueden servir para facilitar el compromiso con el grupo y los fines de sus integrantes; en definitiva, es un facilitador o potenciador de la cooperación. En este caso las señales han de ser fiables, en el sentido de que el grado de coordinación y compromiso que se logra en el grupo, y que las expresiones musicales sacan a flote o ponen de manifiesto, ha de ser real y no fingido, entre otras cosas porque al no haber necesariamente relaciones de parentesco entre los integrantes del grupo, es claro que el riesgo de engaño (manifestarse tal como el grupo espera con el fin de lograr los beneficios de pertenecer al grupo sin pagar los costes) es grande. Por tanto, la capacidad de la música para generar estados de ánimo ayudaría a este propósito al “sincronizar obligatoria” y emocionalmente a los integrantes del grupo, evitando de esa manera el engaño. Se supone que estas alianzas grupales se forman con el fin de poder afrontar las amenazas externas, con lo que las manifestaciones grupales, de las que la música y la danza constituyen señales fiables, sirven para transmitir información a los demás grupos: la música y la danza han podido evolucionar como un sistema de comunicación relativo a la calidad y credibilidad de las alianzas sociales, es decir, del grado de certeza de que la alianza no se romperá por causas del egoísmo individual cuando las amenazas externas acechen. Por otro lado,las manifestaciones musicales promueven o facilitan la vinculación afectiva. La especie humana es una especie muy grupal (social), donde el mantenimiento y refuerzo de los vínculos de sus miembros puede ser decisivo. Tanto el canto, cuando se ejecuta a gran volúmen, como los instrumentos musicales, potenciarían las propiedades de superestímulo que tiene la música. Gracias a esto, un solo individuo puede establecer contacto emocional con muchos miembros del grupo a la vez; incluso la coordinación en la manifestación musical con varios miembros del grupo podría muy bien potenciar sus efectos. Todos sabemos los efectos euforizantes y de contagio que produce cantar en grupo, como hacen los excursionistas en el autobús o los aficionados en los campos de fútbol, por no hablar del himno nacional. Los diferentes tipos de músicas pueden servir como marca de pertenencia y compromiso con un grupo: sólo quienes se sienten completamente identificados con el grupo son capaces de reconocer/interpretar de forma convincente la música que los identifica como pertenecientes a ese grupo. Tal vez por eso, el ambiente musical (cultura musical) en que se ha crecido es el que promueve las emociones mas intensas cuando se escucha esa música de adulto, y, tal vez también por eso, los niños se sienten tan irresistiblemente atraídos hacia la música, porque hay una predisposición biológica a responder y reconocer las señales propias del grupo – la música sería una de ellas -, aquellas que marcan la identidad del grupo en el que se ha de integrar (el lenguaje sería otro ejemplo).
La música forma parte del conjunto de mecanismos y procesos comunicativos intraespecíficos. Es un ejemplo natural de las diversas formas que la comunicación adopta en la naturaleza de tipo acústico y podemos recordar desde el canto de los grillos en Primavera o los de las ranas alrededor de sus charcas, hasta el canto de las ballenas o el uh! uh! De los chimpancés, sin olvidar el trino de los pájaros cantores o el aullido nocturno de los lobos y perros. Tagg define la música: “es esa forma de comunicación interhumana en la que un sonido no verbal organizado en términos humanos es percibido como portador de patrones de cognición primariamente afectivos (emocionales) y/o gestuales (corporales)”. Si las señales acústicas que los animales emiten son rasgos biológicos y tienen una función biológica, por analogía, ya que no se puede asegurar que se trate de una homología biológica, hemos de concluir que la música humana también es un rasgo biológico con una (o más) funciones biológicas, lo que implica que la música promueve (o lo hizo en el pasado) el éxito reproductivo como teorizó Charles Darwin. La teoría darwiniana se ve como aproximativa y plausible al tener la música distintas funciones comunicativas, sexuales, de relaciones parento-infantiles y de sociabilidad, actualmente. Por su parte, la tradición semántica del significado de la música es que es un tipo de comunicación emocional no proposicional. Desde el estilo Romantico en el siglo XIX, la música se usó para “mover los afectos” sumando un argumento más a la teoría afectivo-sexual.
Además, la música es universal y semejante al lenguaje. Todos los seres humanos de todas las culturas y sociedades son capaces de reconocer la música cuando la oyen y de reproducirla y hasta crearla, aunque solo sea mediante la voz y el canto. Hay quien llega a afirmar que, como en el lenguaje, existe para la música una especie de sintaxis universal a la de la gramática universal propuesta por Noam Chomsky para el lenguaje. Sí parece que las frases musicales, las melodías, tienden atener las mismas dimensiones temporales que las oraciones gramaticales, entre uno y varios segundos. La música es un tipo de comunicación acústica de contenidos emocionales, donde la conexión entre el significante (la música) y el contenido (lo que con ella se trata de comunicar) es muy estrecha y nada abstracta, a diferencia de lo que ocurre con el lenguaje donde, hecha abstracción de la entonación que tiene mucho de música, la relación entre significantes (palabras y frases) y significados (la información) es abstracta y arbitraria. Por otro lado, al igual que la expresión facial de las emociones, la comunicación emocional que la música permite es también universal, lo que significa que será entendida por cualquier ser humano que la perciba. Pero hay otros aspectos intrínsecos de la música que también son universales: fundamentalmente la tonalidad, la armonía y el ritmo. Así, la comunicación en la música, a diferencia del lenguaje, es posible pues transmite significados aunque su nivel semántico no esté tan bien definido como en el lenguaje. Paradójicamente, el significado de la música se encuentra en las emociones y sentimientos que elicita y por eso puede ser tan personal y variado. No existe un único significado a comprender de una composición musical. Esta carencia de componentes semánticos rígidos es la que permite a los oyentes extraer, de entre los significados del conjunto de combinaciones, su propia interpretación de la pieza como un todo. Esto confiere a la música una flexibilidad y riqueza que el lenguaje no tiene. Los mecanismos neurales de procesamiento musical y lingüístico, por su parte, son distintos y la música es “abstracta” como lenguaje por la dificultad para entenderla como cognición, ya que la música por si misma no ostenta ni un formato proposicional ni un formato viso-espacial que son las conformaciones típicas de la cognición humana, a salvo de que música y lenguaje se pueden integrar juntos.
La eficacia de la música como “lenguaje universal”, como afirmó el filósofo Rousseau, viene determinada por el hecho de compartir las experiencias de sus creadores. John Blacking, en 1973, afirmó en este sentido: “La música puede expresar actitudes sociales y procesos cognitivos, pero es útil y eficaz sólo cuando es escuchada por oídos preparados y receptivos de personas que han compartido, o pueden compartir de alguna manera, las experiencias culturales e individuales de sus creadores”.
Una capacidad o característica de la música bien comprobada es su poder de armonización espiritual. La música nos conduce a una rearmonización del estado de ánimo y de los sentimientos. Para expresar y/o controlar las emociones, la música nos brinda unos recursos y procedimientos que sería conveniente tuviéramos en cuenta: la estrecha relación existente entre un determinado estado de ánimo y su expresión exterior, es lo que nos permite actuar sobre las emociones con la música. También sucede que se va formando así mismo un mecanismo de feed-back (o retroalimentación), en el que no solamente el estado de ánimo produce una expresión emocional, sino que a su vez esta expresión tiende a despertar o mantener el estado de ánimo. La música afecta de tal forma al nivel psicofisiológico y emocional de la persona, que existe una necesidad de estimular el pensamiento positivo y las emociones constructivas mediante la música. La armonización musical la expresó el famoso violinista Yehudi Menuhin así: “La música ordena el caos, pues el ritmo impone unanimidad en la divergencia, la melodía impone continuidad en la fragmentación, y la armonía impone compatibilidad en la incongruencia”. Se puede recurrir a terapias de sonido para armonizar y equilibrar el cuerpo, su energía, la psique y la mente, comenzando caminos de transformación personal. El sonido es vibración y nuestro cuerpo tiene una vibración al igual que cada órgano del mismo vibra con una frecuencia específica, aunque ésta no sea audible para las personas. Si una parte de nuestro cuerpo enferma, la vibración que emite no es armónica porque, en realidad, cuando enfermamos nuestro cuerpo es como un instrumento desafinado y la misión del terapeuta musical es volver a afinarlo. La terapia musical aplica frecuencias de sonido al cuerpo de una persona con la intención de llevarla a un estado de bienestar físico. La música o los sonidos aquí actúan como catarsis de emociones no expresadas verbalmente y como una influencia que puede producir cambios en la personalidad creando un puente hacia el bienestar. El sonido tiene la habilidad de penetrar en las células del cuerpo y en la mente consciente e inconsciente; puede ser utilizada para hacer frente a problemas tales como: bloqueos corporales, emociones dolorosas, para mejorar nuestra conciencia corporal, para relajar nuestro sistema nervioso a un nivel profundo, aliviando el estrés o la ansiedad y ayudando a estar más en conexión con nuestra intuición a través de la escucha externa e interna. Por ejemplo, una de las herramientas que utiliza la terapia de sonido para ayudarnos a alcanzar un equilibrio físico y emocional es la entonación. Consiste en hacer sonidos vocálicos alargándolos durante cierto espacio de tiempo con el propósito de equilibrarnos. Entonar conjuntamente con otros, también crea un sentido de unidad. Todo el mundo utiliza la entonación de forma espontánea. Nuestro lenguaje es rico en palabras que expresan estas entonaciones: bostezar, gruñir, silbar, gritar, estornudar, gimotear, gemir, jadear, canturrear, suspirar, reir, sollozar, rugir, llorar, carraspear, chillar, berrear, cantar, etc. El sentirnos libres de hacer sonidos es una parte integrante del funcionamiento saludable. Los sonidos plenamente expresados son mecanismos compensatorios. Si se tienen dificultades en poder expresar el sonido, puede ser un indicador de traumas o bloqueos energéticos o emocionales, los cuales inciden negativamente en nuestra salud. La entonación libera estrés y emociones reprimidas. Si entonamos regularmente y cantamos estamos ayudando a recargar el cuerpo y restablecer la salud de la mente, cuerpo y espíritu.
En conclusión, la música puede tener un sentido de adaptación cultural y social, es otra importante forma de relación comunicacional y puede armonizarnos frente a un orden industrial con jerarquías hegemónicas culturales y sociales, el aislamiento comunicacional moderno y la desarmonía tecnológica que impone pautas maquinales a nuestro organicismo y el individualismo posesivo alienante.

  1. CONCLUSIÓN: LA MÚSICA COMO UTOPÍA
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Afirma Christopher Small: “De todas las artes, es la música – probablemente por su casi total carencia de contenido verbal o representativo explícito – la que más claramente revela los supuestos básicos de una cultura”. El ruido de la sociedad actual revela una sociedad sometida a la tecnología y no libre, que no respeta su medio ambiente común. La música manipulativa revela una cultura del beneficio mercantil a toda costa y del consumismo desaforado que agota y exprime los recursos y al propio ser humano tratado como un medio y no como un fin en sí mismo. Pero la alternativa no es el silencio de los cementerios o el de la soledad indeseada, sino la música humana de nosotros y para nosotros. La estrategia a seguir mas revolucionaria es crear arte y, lo mas colectiva y participativamente posible, como muestran subculturas y escenarios culturales alternativos.
Una sociedad sin música de arte, será una sociedad mecanizada en la que tendrán cabida únicamente los seres dotados con obediencia absoluta. Los individuos que la conformen sólo necesitarán una mínima parte de su cerebro para funcionar. La necesidad de casa, vestido y sustento es tan importante como el mandato universal de evolución. Pero mal y poco tiempo podríamos gozar de aquellos bienes, propiciando los grados de violencia y neurosis que puede generar una sociedad cuando se ve privada de cauces bellos, nobles y humanistas para desfogar la carga de sus emociones cotidianas. Y esa evolución sufriría un retroceso, ante la incapacidad de experimentar las otras emociones. Ésas tan inéditas, misteriosas e inenarrables hacia donde la música es capaz de arrebatar el alma.


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